Objetos perdidos - Pablo Salomone
Objetos perdidos
—Buenos días... —se escuchó decir a una voz desde alguna parte de la pequeña oficina de objetos perdidos en el sexto piso del ente oficial. La voz sonaba rara.
—¿Sí?... —preguntó la señora María Beatriz Scotto de Fernández Lago, encargada de la sección y con 30 años en la Administración Pública, levantando los ojos de la vieja revista Para Ti que releía por centésima vez. Miró y no vio a nadie.
—Aquí abajo, detrás del escritorio, señora. Por favor ¿puede usted atenderme?... —insistió la voz.
La señora de Fernández Lago se levantó un poco de su silla, dejó la revista sobre su escritorio, estiró su cuerpo menudito todo lo que pudo y vio a la oreja.
La oreja tendría unos 30 ó 35 centímetros de alto, de buen color, con un pabellón gentil y bien formado, sin pelos desagradables ni cera, y un lóbulo suave, sin agujeros, que se doblaba un poco hacia adelante para tener un mejor apoyo. Muy bonita.
—Sí, ¿en qué la puedo ayudar?... —le dijo con una sonrisa profesional.
—Estoy perdida...
—Bueno, entonces es lógico que recurra a esta oficina...
—Por favor, le agradecería si no lo tomara a broma...
—Disculpe, no fue mi intención. Tome asiento y charlemos mejor, ¿qué le parece?...
—Gracias, así está bien...
A pesar de no ser cosa de todos los días encontrar a una oreja extraviada y que, además, esa oreja hable, la señora de Fernández Lago no perdió ni la compostura ni el aplomo y repitió:
—¿En qué la puedo ayudar?...
—En lo que pueda...
—Muy bien, ese es mi trabajo pero ¿podría ser un poco más precisa?...
—En realidad, no... Como podrá ver soy una oreja. Y una oreja bastante grande, un orejón podría decirse, así que es difícil que pueda ser de alguna persona. De animal tampoco soy. Como individuo dejo mucho que desear, más bien soy una parte y no un todo... Otras como yo no he visto nunca, y eso me hace pensar en que puedo ser la única o la última... En fin, que hace rato que trato de encontrar algo, alguna razón que me justifique y, como no he podido, recurro a esta oficina. Usted dirá...
La estoica señora de Fernández Lago miró detenidamente a la oreja frente a ella, pensó un poco y dejando escapar una risita de triunfo le dijo:
—¡Espere un segundo, por favor, creo que tengo algo para usted!...
Se levantó, fue hasta la oficina contigua (algo así como un depósito lleno de trastos) y regresó victoriosa con un tarro en la mano.
—¡Aquí está!... —dijo—. Hace un tiempo también él llegó como usted y yo sabía que le iba a encontrar una solución a su problema. Era cuestión de esperar la oportunidad, nomás...
El tarro sonrió y la oreja devolvió el gesto...
El último orejón del tarro y el tarro se marcharon felices.
La oficina de objetos perdidos del sexto piso del ente oficial cumplió una vez más con el cometido para el que fue creada, allá por la década del ’60, demostrando que no todo es ineficiencia en la vapuleada Administración Pública.
La señora María Beatriz Scotto de Fernández Lago siguió con el ritual de su lectura.
Pablo Salomone ®©
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