Decisión - Carlos Mercaich

Decisión

     No tenía ganas de seguir. No le quedaban lágrimas por llorar. Con los ojos resecos y perdida en lo más hondo de su destino, una decisión maduraba en su cabeza. No se arrepentía de lo que había vivido pero sabía que el pecado más terrible e imperdonable era no haberse entregado a lo que sentía.
   Hubo que llenar espacios y no supo cómo hacerlo; tuvo la historia en su pluma y olvido escribirle el final…cada palabra no dicha, cada gesto disimulado cada suspiro no gemido fue cómplice y testigo de su miedo. Sabía que detrás de aquella mirada había una vaga sensación de felicidad no correspondida… tampoco ignoraba que el río en el que mojaba sus pies ocultaba un misterio inescrutable. El secreto la seducía, la revelación la acongojaba.
   Un laberinto de sensaciones bifurcaba en su alma caminos que devoraban pasos. En la arena las huellas eran las mismas. Las olas no borraban aquel sentimiento silenciado. El inexorable devenir del tiempo no alcanzaría a romper las cadenas de un pasado que no dejaría ocultar.
   Infinidades de veces se imaginó caminar por la ciudad sin prejuicios, sin dedos que señalen el momento por vivir. No tuvo coraje; pero tampoco incentivaron su valentía. Presa del amor que se negó a promulgar, su vida era nada más un sendero de cuerdas flojas. Pudo haber eclipsado sentimientos pero el eclipse se produjo en su corazón. Nada tenía sentido. El mundo carecía de significado.
   El frío encogía sus hombros y el cuerpo era un templo de resignación. No podía abstraerse del dolor que le provocaba la distancia. Estaba vacía. Nacían desiertos de aquel rostro apesadumbrado. La piedra arrojada al río, reflejaba la frustración de no poder detener lo irremediable. Podría haber dicho: “Esto es mi cuerpo”, pero ello significaría sepultar las ilusiones de su padre… ¿Por qué los cofres se abren cuando muchos deciden clausurar sus recuerdos? Acaso el arcano presagio de su destino lo planeo de ese modo. No hubo margen para el error. En sus entrañas una voz latía y a sus oídos la aturdían un conjunto de palabras: “Micaela, la elección es tuya”. Allí fue cuando recordó lo que su madre le había escrito en una carta antes de marcharse sin rumbo definido: “Una rosa sin espina, una guerra sin heridas no existe”.
   Aquellas palabras sonaron a epitafio. La muerte podría ser un portal a la vida. No existía posibilidad de elección. Era el exilio o la tragedia.
Se paró, desafiante, mirando el río como buscando una respuesta. Pidió a Dios que le mostrara el camino. Nada. Solo el agua la invitaba a seguir su cauce. Una decisión hurgaba en su alma trasmutando un deseo en realidad. Caminó hacia lo profundo sabiendo que el río no tiene gajos y con la certidumbre que en algún momento, en algún lugar, y alguna hora resucitaría.

*** *** ***
     Extasiada, enajenada y absorta por aquel momento no escuchó los pasos tímidos de aquel niño que con un beso la invitaba otra vez a la vida y a pisar tierra firme. Con lágrimas empapando su alma se aferró con fuerza a la única ilusión que le quedaba. El niño la mira y dice:
     —No llores, mamá, sólo quería asustarte.
     —No lloro por ello mi amor… sino porque a veces ser profeta de tu vida, define tu destino.

Carlos Mercaich ®©


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